En qué candombe que nos metimos. ¡Éramos tan pocos y ahora somos tantos! Y peor todavía, ¡nos seguimos conociendo lo mismo! Ya ni siquiera se trata de volver a hornear el páncreas que se nos pasó, ya es cuestión de fé. O no. Todo es muy confuso, así que para el lector despistado, lo ayudo, doy una pista:
Escuchar a Los Piojos no siempre parece una buena idea. En este caso nos pareció una idea genial. Inusitada. Esplendorosa. Llena de originalidad. Y marca de diferenciación por sobre todos los demás que venían escuchando caca. Entonces escuchamos Los Piojos. Resulta que sin más y entre el estruendo de la aglomeración sonora por sobre unos indistinguibles parlantes de celular fue que escuchamos un grito. Alguien que gritaba como si la estuviesen asesinando. O bien era un gato en celo. No sé. Pero pausamos la aglutinación de sonido sobre los parlantes indistinguibles y salimos, en puntas de pie, como no podría ser de otra forma, a investigar. Miramos en un rincón, de por acá. Miramos en un rincón de por acullá. Y Nada. Ahora estábamos confundidos porque los alaridos habían cesado. ¿Podría haber sido saturación del parlante del celular? ¿O era acaso nuestra imaginación? ¿O es que acaso la víctima ya había sido silenciada? ¿O era un gato en serio que se fue? En fin, volvimos perturbados a Los Piojos. Pero ya no nos parecía tan buena idea escuchar música para diferenciarnos. Éramos diferentes porque si. Porque habíamos presenciado nada más ni nada menos que un asesinato. Aunque fuese sonoramente nomás. Raro. Pero así nos sentíamos, distintos. Diferentes.
Horas más tarde y ya eran las seis de la tarde y decidimos que cada quien se iba a ir a merendar a su respectivo hogar. Así que nos fuimos. Pero como yo soy nena y las seis de la tarde no es hora para andar caminando sola por la calle con las cosas que pasan en este país, mi amigo Silvestre me acompañó a casa. Yo me sentí muy agradecida porque me acompañase, también me sentía acompañada. Pero eso no quitaba lo raro. Al fin y al cabo yo le llevo tres cabezas a Silvestre. Y Silvestre no pesa más que medio brazo mío. Quizás yo debería acompañarlo primero a él a su casa. Pero no es el caso. Seguimos recto hacia el hogar. Lo invité a tomar Nesquik. Tomamos Nesquik. Y comimos vainillas. Después se estaba por ir pero empezó un resumen de Bailando que nos quedamos viendo. Después de eso si, que pim que pam que esto que aquello y que chau le abro la puerta y ya era de noche. Así que entre las sombras de la noche no se jode, cómo dice la abuela. Amagó caminar media cuadra hasta su casa pero se paró en el guardabarros del segundo auto contando desde la puerta y no. Se quedó inmóvil. Yo lo miraba desde la puerta de casa así que no hice más que caminar unos pasos y agarrarle el hombro. Nada. Inmóvil. Raro. Le dije "Sil, vivís?" Nada. Le dí un beso en el cachete. Cachete todo rosa y rechonchón de suavidad extrema y sangre que fluye constantemente por aquel espacio aglutinante. Pero no, nada. Ni un poco rosa se puso y eso que yo pensé que enfurecería y trataría de cagarme a piñas. Pero no, nada. Inmóvil. Rarísimo. Silvestre no es de asustarse de nada, aunque mida un metro treinta. Miré a mi al rededor, no reconocí nada que lo hubiese podido paralizar. Pero Silvestre estaba helado mirando al cordón, señalando un vacío, porque señalaba al cordón como si se hubiese petrificado naturalmente en posición de señalar. Pero en el cordón no había nada más que un auto y atrás del auto ¿había un gato? Eso parecía un gato. Un gato chiquititito todo rechonchito como los cachetes de Silvestre. "Hola lindo gatito ¿cómo te llamás?" El gato hizo ruido de víbora, y con toda la elegancia de la aristocracia, levantó la cola, y pegó media vuelta. Yo no soy una persona muy glamurosa, y la verdad que el glamour de los bichos y de las personas me da un poco por el culo, pero este gato se movía con la sensualidad de un ocultamiento mostrado y un mostrar recelado. Rarísimo. Pero más raro aún, ni bien se pega media vuelta la mujer que gritaba vuelve a gritar. Ahí yo grito del susto y Silvestre que se despetrifica y grita y sale corriendo y aullando para casa y yo que lo sigo, y el gatito que salta una reja del vecino y se nos queda observando desde allá, allá a lo lejos.
Nada. Mejor tomémonos un té, cenemos mirando Bailando y después vemos como seguimos. Pasan un video clip de Los Piojos, lo cambiamos. Ahora no queremos saber nada con el ruido.