lunes, 18 de julio de 2011

Pero ¡qué valor! P.I

En qué candombe que nos metimos. ¡Éramos tan pocos y ahora somos tantos! Y peor todavía, ¡nos seguimos conociendo lo mismo! Ya ni siquiera se trata de volver a hornear el páncreas que se nos pasó, ya es cuestión de fé. O no. Todo es muy confuso, así que para el lector despistado, lo ayudo, doy una pista:

Escuchar a Los Piojos no siempre parece una buena idea. En este caso nos pareció una idea genial. Inusitada. Esplendorosa. Llena de originalidad. Y marca de diferenciación por sobre todos los demás que venían escuchando caca. Entonces escuchamos Los Piojos. Resulta que sin más y entre el estruendo de la aglomeración sonora por sobre unos indistinguibles parlantes de celular fue que escuchamos un grito. Alguien que gritaba como si la estuviesen asesinando. O bien era un gato en celo. No sé. Pero pausamos la aglutinación de sonido sobre los parlantes indistinguibles y salimos, en puntas de pie, como no podría ser de otra forma, a investigar. Miramos en un rincón, de por acá. Miramos en un rincón de por acullá. Y Nada. Ahora estábamos confundidos porque los alaridos habían cesado. ¿Podría haber sido saturación del parlante del celular? ¿O era acaso nuestra imaginación? ¿O es que acaso la víctima ya había sido silenciada? ¿O era un gato en serio que se fue? En fin, volvimos perturbados a Los Piojos. Pero ya no nos parecía tan buena idea escuchar música para diferenciarnos. Éramos diferentes porque si. Porque habíamos presenciado nada más ni nada menos que un asesinato. Aunque fuese sonoramente nomás. Raro. Pero así nos sentíamos, distintos. Diferentes.

Horas más tarde y ya eran las seis de la tarde y decidimos que cada quien se iba a ir a merendar a su respectivo hogar. Así que nos fuimos. Pero como yo soy nena y las seis de la tarde no es hora para andar caminando sola por la calle con las cosas que pasan en este país, mi amigo Silvestre me acompañó a casa. Yo me sentí muy agradecida porque me acompañase, también me sentía acompañada. Pero eso no quitaba lo raro. Al fin y al cabo yo le llevo tres cabezas a Silvestre. Y Silvestre no pesa más que medio brazo mío. Quizás yo debería acompañarlo primero a él a su casa. Pero no es el caso. Seguimos recto hacia el hogar. Lo invité a tomar Nesquik. Tomamos Nesquik. Y comimos vainillas. Después se estaba por ir pero empezó un resumen de Bailando que nos quedamos viendo. Después de eso si, que pim que pam que esto que aquello y que chau le abro la puerta y ya era de noche. Así que entre las sombras de la noche no se jode, cómo dice la abuela. Amagó caminar media cuadra hasta su casa pero se paró en el guardabarros del segundo auto contando desde la puerta y no. Se quedó inmóvil. Yo lo miraba desde la puerta de casa así que no hice más que caminar unos pasos y agarrarle el hombro. Nada. Inmóvil. Raro. Le dije "Sil, vivís?" Nada. Le dí un beso en el cachete. Cachete todo rosa y rechonchón de suavidad extrema y sangre que fluye constantemente por aquel espacio aglutinante. Pero no, nada. Ni un poco rosa se puso y eso que yo pensé que enfurecería y trataría de cagarme a piñas. Pero no, nada. Inmóvil. Rarísimo. Silvestre no es de asustarse de nada, aunque mida un metro treinta. Miré a mi al rededor, no reconocí nada que lo hubiese podido paralizar. Pero Silvestre estaba helado mirando al cordón, señalando un vacío, porque señalaba al cordón como si se hubiese petrificado naturalmente en posición de señalar. Pero en el cordón no había nada más que un auto y atrás del auto ¿había un gato? Eso parecía un gato. Un gato chiquititito todo rechonchito como los cachetes de Silvestre. "Hola lindo gatito ¿cómo te llamás?" El gato hizo ruido de víbora, y con toda la elegancia de la aristocracia, levantó la cola, y pegó media vuelta. Yo no soy una persona muy glamurosa, y la verdad que el glamour de los bichos y de las personas me da un poco por el culo, pero este gato se movía con la sensualidad de un ocultamiento mostrado y un mostrar recelado. Rarísimo. Pero más raro aún, ni bien se pega media vuelta la mujer que gritaba vuelve a gritar. Ahí yo grito del susto y Silvestre que se despetrifica y grita y sale corriendo y aullando para casa y yo que lo sigo, y el gatito que salta una reja del vecino y se nos queda observando desde allá, allá a lo lejos.

Nada. Mejor tomémonos un té, cenemos mirando Bailando y después vemos como seguimos. Pasan un video clip de Los Piojos, lo cambiamos. Ahora no queremos saber nada con el ruido.

sábado, 15 de mayo de 2010

Hoy es todos los días

¿No? Hoy es todos los días me digo, y pongo una pata a medio enmediar afuera de la cama. La otra pata perdió la otra media en algún remolino de sábanas durante la noche. Durante. A lo largo de. Hoy es todos los días. Pero ayer no es nunca. Me propongo un viaje en el tiempo, para resolver la cuestión. Pero la maquina se averió un par de días atrás: se me calló el café arriba del teclado, y bueno, el café y viajes en el tiempo son incompatibles. Así que me meto adentro de la heladera, es mejor que quedarse afuera. Me pongo a pensar, Mendricrim y banana mediante: que hoy sea todos los días me deprime. Por suerte mañana no va a ser hoy, porque ayer no es nunca y mañana va a ser ayer. Poco más y sin darme cuenta me encuentro conmigo misma, que me saluda y me dice que es de allá pero que ahora está acá, que es en la heladera al lado mio, que está al lado de la esa maquina del tiempo donde antes estaba ella que es yo, pero como ella es de mañana y está hoy acá, ese acá donde estaba parada ahora es allá. Me hace proposiciones indiscretas y me pregunta si creo que es incestuoso. Yo le respondo que eso lleva siglos siendo discutido, y que lo considero masturbación. Ella dice no. No respondo, y cito a Juan Martín, autor del dilema. Preguntó cómo llegó desde allá hasta acá si la maquina del tiempo se llenó de ese café. Me dice que mañana aquel café se va a haber evaporado, que esta maquina de viajes en el tiempo es incompatible con el cafe, pero que en unos días el cafe ya va a ser aquel otro cafe y que aquel cafe y los viajes en el tiempo no son tan incompatibles como este cafe. O que de última este cafe se habrá fugado por ahí. Como no señala nada asumo que ahí será cualquier lado, o será todos los lados o no será ninguno. Acá y allá resuena un gruñido cuasi maquinal, y ella que la empiezo a sentir acercarse a mi cachete empolvado para el desayuno, se empieza a desvanecer. Me dice que chau que hasta mañana, y yo le respondo que hasta hoy. Se rie ya en medio de la distancia pero inminentemente cerca y me dice que no. Que nos.

viernes, 5 de marzo de 2010

Un gotero multicolor.... lo que es volver a escribir...


Cae y cae gota sobre gota y de fondo cada tanto prendemos la radio para apaciguar la espera: de fondo se encabalgan el Pombero con la Coca, que se cruza con la cien y Poker Face, y una publicidad de epatalgina sobre la que se encabalgan, de nuevo, la Coca y el Pombero, y por miedo a perder el equilibrio me hago lo más bola que puedo, miro entre mis piernas y veo, allí como de costumbre a Yoyo, a un par de títeres y un gotero vacío, que gotea gota sobre gota multicolor.
El resto hace como que no los ve. Pero allí están: mi oso. Mis títeres peleando, discutiendo, llorando para después encabalgarse con la Coca y el Pombero y el gotero que se encarga de empaparlos en una escala crómatica compleja e irregular. Los amo. Y ellos me aman a mi. Y de a poco avanzan, muy lentamente, a velocidad de crucero de títere sobre los pasos que todavía no dieron y arman con rigor y empeño un sendero multiculor. Y Yoyo observa. Me ama. Y yo lo amo. Pero Yoyo observa, no participa, pasivo observa y se deja observar, no hablamos, es mi oso, pero nos observamos y por eso nos amamos.
Mientras la compañía recita encantada "...aunque, como sé, dividirlo de manera inventarial aturdiría con vértigo la aritmética de la memoria, y sin embargo se tambalearía en el intento por dar alcance a su navío.", borrachos, se pisan entre sí, se saltean las líneas, las repiten, las modifican, se rien y atragantan, y van pisando las gotitas al son de la cien que anuncia sus cuarenta principales. Ellos actuan por placer. No me aman. Ni los amo. Yoyo tampoco. Pero nos gustaría quererlos. Pero Yoyo y yo sólo los miramos invariables, desde el medio de mi cuerpo hecho bola con mis piernas abiertas en V. Y los títeres se pierden entre los pies y poco a poco van desvaneciéndose en movimientos cuasi parabólicos. Así desaparecen dejando la marca de unos piecitos talle menos tres, y un olor a bosque invernal... Así desaparecen dejando entre la compañía y la música de la cien, y Yoyo y Yo un espectro de todos los colores.
Y por primera vez en mucho tiempo las oigo, entre la aglomeración de sonidos producto del vomito de algún actor mal pago y mal bebido y los intentos inexpertos de una espera que no se supo apaciguar, las gotitas una y una que caída sobre caída resuenan grandes y profundas. Pienso que algún día mi gotero de gotas multicolor va a saber inundar cada rincón con gotitas multicolor y quizás ese día sepa amar a algo más que a mi oso y a mí.
Me dejo inundar por las gotas que hacen plac y me corren un escalofio en una nómina dorsal que me hice instalar años atrás. Es una sensación nueva. No la nómina dorsal, el plac. Me levanto, no tengo nada más para hacer ahí, me duele la espalda. Me pongo a mi oso Yoyo bajo el brazo, yo me lo llevo. Y agarro, con la mayor delicadeza que se pueda describir en cualquier genealogía de la delicadeza, mi gotero vacío que goteaba sobre una pareja de títeres que ahora evaporó. En puntitas de pie, lo apoyo sobre un estante. Lo pensé: cosa que siga inundando a la compañía, al canal Volver, a la radio, pero que las gotitas se vuelvan gotas que caen con fuerza y hagan ruido, y quizás un día lo puedan oir y me amen y se den cuenta que yo hace mucho tiempo que me las tomé para un lado en el que ellos no están.

lunes, 25 de mayo de 2009

Prefacio

Jean Luc de Godard ha dedicado su vida entera a escribir y reescribir cuanta teoría literaria se haya escrito o se vaya a escribir a lo largo de la historia.
Su obra, tan basta como extensa, difiere de sí misma en el seno de cada escrito publicado. Su heterogeneidad habrá de ser el núcleo y quizás el único concepto sostenido: se dirá en retrospectiva por sus reducidos lectores y relectores. Cada texto en su unidad contiene un punto de vista único, complejo y cerrado en sí mismo. Todos sus escritos dialogan entre si de formas interminables: se contradicen, se reformulan, se insultan.
La obra de Jean Luc de Godard, tan poco distribuida ha mantenido una fama irreparable pero dudosa entre los intelectuales que incursionan en ella y la inspeccionan ya sea como refuerzo de otros teóricos (sean anteriores por siglos o posteriores por décadas), como suplente de cualquier teoría, como objeto de estudio en si mismo e incluso algunos se aventuran en ella como una plácida e inquietante ficción. Lo que es seguro es que la obra de Jean Luc de Godard en su totalidad es irrefutable, puesto que nadie ha escrito o pensado ni podrá escribir o pensar nada que éste teórico dedicada no haya plasmado con cierta ambigüedad a alguna de sus lúcidas e intrincadas producciones que hoy en día se pueden encontrar compiladas por Siglo XXI editores.

Jean Luc de Gordard padeció una muerte cerebral inducida por un cáncer que se venía gestando hacía tiempo, a los maravillosos 123 años de edad.
La discusión de si se debía desconectar o no a Jean Luc de Godard acaloró los círculos intelectuales por años ya que como era de esperarse, su producción teórica condensaba tantos argumentos convincentes a favor de la eutanasia como en su contra.
El cuerpo permaneció conectado a una maquina hasta que se desintegró.
El último trabajo de Godard que se publicó fue encontrado tras su muerte garabateado en una servilleta de papel entre sus pertenencias en la mesa de la cocina.
Éste trabajo, si bien el más breve, es sin lugar a dudas el más polémico y el más citado, pues fantásticamente resume y da cierre a una producción que aparentaba inconcluible: al decir que toda su obra se la dedicaba a su gato, el único ser que en silencio y sin pronunciar una palabra lo indujo a cada una de sus reflexiones sin jamás contradecirlo.

sábado, 11 de abril de 2009


Arrinconadas sobre el lente
Para que no se escape
La belleza irresoluble
De nuestra juventud.

lunes, 6 de abril de 2009

Meduza

Alguna vez me dijeron es mejor alejarse de los problemas. Alejada y todo hoy me encuentro infecunda, aquí; entre el abismo de la noche, y el día que no llega a ser día, para aguardar a que recurran a mí todas las pasiones que dejé correr.
Hoy soy solo una observadora: ojo obsoleto sin corazón ni nada que ofrecer.
Espero, esos sentimientos lleguen rápido. Entre tanto continúo tallándome en piedra.


Meli, prometí dedicarte un post, sigo pensando, para dedicarte algo que valga la pena...
Maru

miércoles, 4 de marzo de 2009

5 poemitas

Ráfagas de aire que sofocan
..luego
cinéticas como ellas solas


......se apagan.



En la magia de las ojas te habría encontrado,
sin haber buscado tanto
pero huiste de mí
Y hoy me encuentro sola; aquí
sentada
tejiendo
junto al televisor.



Probando con la poesia
salen garabatos
de lagrimas que no me permito llorar
Porque si las llorase
sabrías
Y no quiero que sepas
cuanto me importa.



Literatura que se arrincona
en los márgenes de los libros
temblorosa
Porque tiene frío
Y porque tiene miedo
De que no la puedan volver a escribir.



Nunca creí que me dejarías llover
así
Para que el resto de los ojos me vean
Y se rían
Se reían de mí.



Maru