jueves, 12 de febrero de 2009

CARTA DE CASTULO HERNANDEZ

Bailo, espástico en la cúpula de barrancas de Belgrano, donde alguna vez algo fue asesinado. Bailo porque es lo único que me queda por hacer. Bailo por que sé que tarde o temprano- y en el caso de mí y de hoy, más bien temprano- me van a encontrar. Bailo porque es la única forma de que no te acerques, y veas mis lágrimas de sangre y desesperación. Porque hoy a la mañana desde que empecé a correr pude notar como sutilmente se empezaban a asomar escamas en el cuello y la parte superior de la cabeza: el pelo se escurría con mis ganas de vivir. Bailo porque se que probablemente sea la última vez que baile: y corro mientras se me vuelan las patillas y se me derriten los anteojos negros de carey.
Unos hombres graznando por aquí, un Falcon que croa por acá, una manzana envenenada que me ofrece una vieja horrenda con acento cordobés. En algún lado por allá por acullá y que se yo. Se me quiebran las piernas -¿quién o qué habrá sido, se te ocurre algo, amor?- justo a la altura de las rodillas y tus ojos desde lejos dicen angustiados que no te sorprende en lo más mínimo que no sangre más que plumas de color, pero seguro, te angustia. Mirás desde lejos, mientras me cargan en un lavabo, omnisciente, como si yo no supiese que atrás, bien atrás en la nuca con la nueva adquisición escamosa te encontrás vos: observadora, traicionera, acosadora, y me pregunto entre ruidos guturales ¿qué cosas más no me dejaste ver? ¿Me vas a venir a limpiar y besarme la baba abajo dónde me lleven?

Maru

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